viernes, 16 de agosto de 2013

28. El único beso

Leer el cuento


Parecía demasiado idílico que nuestra jefa de taller nos hubiera encomendado, aun con la complejidad de lo erótico, la redacción de un cuento de una sola página, sin más condicionantes; para lo cual elaboré “La oportuna avería”. Pues a la clase siguiente, ¡zasca! Otro cuento del mismo estilo, también de un folio de extensión, sólo que con la siguiente premisa:

El o la protagonista será una persona ciega, dispuesta en el marco de un concierto.

Volvía la señorita Señorita Rottenmeier.

Claro que yo hice una pequeña trampa. Sí, era ciego y estaba en un concierto, pero le retrotraje a  su pubertad, cuando todavía veía, propiciando un erotismo más inocente. ¡Ah, se siente! De eso no dijo nada la Esther. Así que me beneficié de ese vacío legal.

Para “El único beso” volví a contratar a Silvia, que trabajó también en "La oportuna avería", y a Luis, que ya protagonizaron “La presentación”. Ambos veteranos en mis producciones. Saben que nunca les voy a pagar un salario, pero son felices si son leídos.

“Cuentame tus secretos,
y hazme tus preguntas,
¡oh!, volvamos al principio.”

        Os dejo con esta hermosa canción de licántropo final antes de que os sumerjáis, si os place, en “El único beso”.




“Aquí hay sitio, Luis”, me orienta Juan. Avanzo cuatro asientos, hasta que mi hermano me indica que me siente. Él se acomoda a mi derecha.

Por fin voy a poder ver, aunque sea sintiendo su presencia en el vello de mis brazos, a mi cantante favorita. Es guapísima, con esas facciones tan finas y esa generosa melena negra con que me la ha descrito Juan. Sólo hay que escucharla, interpretando fados, para advertir lo bella que es.

Alguien se acerca. Se ha sentado a mi lado. Es una mujer. Le dice a su amiga que es un buen sitio, que se ve perfectamente desde aquí. Su bonito timbre de voz sugiere una edad cercana a la mía.

Mi vecina de asiento tiene el pelo largo, y limpio; acaba de liberar su cabello y, ese aroma a cantueso y espliego, me ha hecho evocar mi infancia.

Tenía trece años. Lo bien que lo pasaba con la pandilla en el pueblo. Yo siempre procuraba estar cerca de Silvia. Algunas tardes, al final del verano, ya sin nuestros amigos veraneantes, dábamos los dos largos paseos por el camino que rodea el cementerio, junto al río. A menudo, se nos hacía de noche,  y se asustaba, o lo parecía. Entonces, se abrazaba a mí y me decía: “se puede escapar un espíritu, me da miedo”. Yo le decía: “no seas ñoña”; pero esperaba con ansia ese momento, que procuraba propiciar. Notaba sus tímidos pechos, presionando mi torso, mientras su áurea melena cosquilleaba mi nariz, esparciendo ese fresco aroma a cantueso y a espliego. Al retirarlo de mi cara, aprovechaba para acariciarlo, sintiendo tal suavidad entre mis dedos, que se estremecía hasta el más diminuto de mis poros. Descubría mi inocente sexo comprimido, que, seguro, ella también adivinaba. Un día me espetó: “¿no me dices nada?” Yo callé. Me besó en los labios. Quedé paralizado, mientras ella, con risa burlona, corría en dirección al pueblo. Aquel sabor a mantequilla y azúcar quedó guardado, bajo llave, en la alacena que construí en mi memoria.

Ese beso fue único, el único. A los pocos días los padres de Silvia se marcharon del pueblo. Al verano siguiente contraje la afección que me hizo perder la visión.

Ya ha terminado el concierto. Mi contigua compañera se levanta y vuelve a agitar su cabellera, deleitándome de nuevo con su perfume. Su amiga le comenta: “bonito concierto, ¿verdad, Silvia?”.
Siguiente entrada              

8 comentarios:

  1. Jolin! Siempre acaban tan pronto......

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Son del tamaño que nos manda la profe. Aunque si fueran largos y malos no habría quien los terminara. Mejor que sean cortos y dejen con ganas de más.
      Un beso.

      Eliminar
  2. Quisiera saber de donde proviene el placer que conlleva terminar un cuento En mi caso personal, la sensación es como si atravesara una nube de humo aguantando la respiración y sólo al poner el punto final, pudiera atracarme de aire. Este cuento tonto, como tú le llamas, tiene más carga que algún Premio Planeta.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La verdad es que no sé que contestarte. Creo que eres demasiado generoso en tu crítica.
      En cualquier caso, gracias y un abrazo, cronista de Ganímedes.

      Eliminar
  3. Habemus cuento nuevo y yo viviendo en la innopia. Estoy segura que esto tiene que ser sancionable.
    Una vez más mi más sincera enhorabuena, me ha gustado intensamente.
    Cierto es que un folia se ha quedado escaso, nos has dejado con sabor a mantequilla y azúcar en los labios ;).
    Que tenags un Jueves y un fon de semana MAGNÍFICO amigo.

    http://docecuarentaycincopm.blogspot.com/

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La sanción consiste en leer el próximo, que se publicará, como corresponde, el uno de septiembre. Que, por cierto, este rinconcito cumplirá el año.
      Y yo, con estos pelos.
      Un transoceánico abrazo.
      Cuentón.

      Eliminar
  4. Nobody said it was easy.... Preciosa banda sonora la que me has escogido hoy, dear Big Tale (uséase Cuentón). Espero que a mi hija de trece años no le huela ya el pelo a cantueso y a espliego.... Bizzzz

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Desde luego que queda mucho mejor Big Tale que Talón, que también sería posible. Estoy negociando con Garnier una variedad de Fructis de cantueso y espliego. Cuando me manden las muestras os envío un par, para que las probéis.
      Quises.

      Eliminar

Espero tu comentario