domingo, 1 de diciembre de 2013

35. Delicadas manos

Leer el cuento
A la gente no le gusta que estén siempre ordenándole todo lo que debe hacer. Prefiere trabajar con libertad. “Tú déjame a mí, que ya verás lo bien que lo hago”, suele decir. Y después piensa: “además, me sale mil veces mejor que a ti, tontoelhaba”.

Pues no estaría yo tan seguro. A nosotros, los del taller de relato, la profe nos encomienda una tarea cada semana, o cuando corresponda, dándonos las pautas que debemos seguir. Pero esta vez nos dio total libertad para que escribiéramos un cuento, siempre que no nos excediéramos en el tamaño. Ya se sabe que lo breve, si es bueno, mejor. Y si es malo, cuanto más breve, mucho mejor aún. Por eso yo lo hice tan diminuto.

Llegó el fin de semana y, ante tanta libertad, no conseguía pensar nada para el relato que debería enviar el lunes a la sita Esther, para exponerlo en la clase del martes. Para mí, lo más difícil es encontrar esa idea, de la que, empujando con fuerza, a veces con fórceps, dé a luz el argumento, que después, con más o menos fortuna, acabe convertido en un cuento tonto.

Antes de seguir, debo excusarme ante las mujeres, especialmente ante las madres, por osar utilizar la comparación anterior, que jamás tendré ocasión de verificar, salvo que la ciencia nos pegue un buen susto. Y, en cualquier caso, seré demasiado viejo.

Pues a lo que iba. El domingo por la mañana, como hago a menudo, cogí el carro de la compra y, dando un paseo (bueno, paseo a la ida, a la vuelta, no diría tanto), cruzando por encima de las vías del tren, me acerqué a por fruta al mercadillo de Entrevías (luego dicen mis dirigentes que vivo por encima de mis posibilidades). Y allí encontré la idea.

En el vídeo que podréis ver a continuación, un jovenzuelo Elton John, acompañado de su piano, le ofrece esta canción (Your song, says), con muchos años de antelación, a la protagonista del cuento de hoy.






Bien abrigada, protegida con sus reforzados guantes de cuero, Elisa monta con su familia, como cada domingo, su puesto de frutas en el mercadillo del madrileño barrio de Entrevías. Subida en una banqueta, inserta el reborde de una de las barras de la techumbre en el extremo de la sujeción vertical. Aprieta con fuerza para que no se desestabilice la estructura.

La madre, de retinto cutis, luce una brillante coleta negra que se desliza a lo largo de su espalda. El padre, con poblado bigote, de piel más clara y azules ojos, legado de sus ancestros centroeuropeos,  porta un sombrero gitano de fieltro gris. El hermano, que peina una oxigenada cresta,  viste ropa juvenil, adquirida en el mismo rastrillo. Elisa exhibe una morena melena y unos hermosos ojos claros. Los desgastados jeans enaltecen su espléndido perfil.

“¡Alcachofas de Tudela! ¡Las más tiernas!” Elisa destaca, sobre los abruptos y desagradables  reclamos de  los otros vendedores, por su vibrante y melodiosa voz, que se escurre con placidez entre los oídos de la clientela. Sus delgados guantes de algodón eligen con delicadeza  las piezas que introducirá en una bolsa de papel, donde se lee: “Frutas selectas”.

Después de recoger el puesto, de vuelta a casa, donde la anciana abuela tiene preparada la comida. Una pequeña siesta, la ducha, crema en el cuerpo, en el cabello y una especial para las manos.

Ataviada con un ceñido vestido negro, resplandeciente, se contonea Elisa entre las mesas hacia su puesto de trabajo, en una elegante sala adornada con mimbre y flores. Se desprende de los sutiles guantes de tafilete, regala una cautivadora sonrisa al público que se acomoda alrededor de las velas y se sienta en el taburete de cuero negro. Levanta la tapa y busca las partituras que Beethoven pareció escribir para ella y que, con tanto éxito, cada tarde de domingo interpreta al piano.
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5 comentarios:

  1. A ver si aprendemos algo más de música, existen más obras musicales más allá de "Para Elisa"

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    1. Para el curso que viene me apuntaré a un taller de música. Le diré al Elisa, cuando vaya al mercadillo, que amplíe el repertorio. Gracias, Anónimo.

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  2. Hola, Cuentón.
    Preciosa historia la de Elisa, seguro que Beethoven estaría orgulloso de haberla conocido.

    Me ha gustado mucho como nos llevas a pensar que la protagonista es tan solo una vendedora ambulante en un mercadillo de un barrio de Madrid. Una joven que parece destacar entre el resto de vendedores por un pequeño matiz como es el de su melodiosa voz... Para luego ¡zas! la sorpresa. Estos son los cuentos que me gustan a mí, los que te enrredan por un camino y te sacan por otro. Olé, Cuentón, olé y olé.

    Besos.

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    1. Menos mal que tú te desenvuelves bien. Da igual el camino por dónde se te lleve. Por eso eres tan buena cuentista.
      Gracias, amiga Towanda.
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