Los personajes son componentes necesarios en toda narración. Los hay protagonistas, que se convierten en el eje central del argumento, y antagonistas, que se oponen a los anteriores; los hay principales, que suelen coincidir con los protagonistas, y secundarios, cuya participación es menor. Pero existen más tipos de clasificaciones. Según su caracterización, por mencionar otra tipología, los personajes pueden ser como los palillos de dientes: planos, cuyas cualidades no cambian a través de la narración, y redondos, cuya personalidad va evolucionando durante el transcurso de la historia.
Pues la señorita Esther nos hizo
el encargo de escribir un "cuentecito" de cinco páginas en el que prestáramos
mayor atención a un personaje, redondeándole, de forma que fuera evolucionando durante la trama, transformándose de bueno en malvado o
viceversa.
Yo hice lo que pude. Las cinco páginas se me hicieron un poco largas. Esta circunstancia tiene su importancia. Escribir
más hojas de las necesarias te puede obligar, y lo habréis notado en muchas lecturas, a
rellenar con paja el relato. Yo procuré no utilizarla. Claro, que nunca me hubiera planteado esta cuestión si yo fuera, como diría el presidente de mi país, un escritor como Dios manda. La transformación que hice del personaje de Olvido no sé si calificarla como malévola, benévola o normalévola. En clase, sin embargo, se produjo más controversia de la que esperaba. Vosotros podéis ayudar a acrecentarla dejando vuestra opinión en un comentario.
Dedicado a la tía Olvido y,
quizás más, a su sobrino Paquito, dejo este tema de Lenny Kravitz.
—Venga Olvi,
déjalo todo y arréglate. Ya saco yo los platos del lavavajillas, que vais a
llegar tarde —indicó gracioso Paco, mientras hacía gestos con las manos a su
cuñada para que saliera de la cocina—. Besadle la mano al cura de mi parte.
¡Ah! Y cuidado con los vermús que os toméis a la salida.
La misa de doce, con
su posterior aperitivo, era para Olvido el mejor momento de la semana; de las
del pueblo, una de las pocas costumbres que conservaba. Asistía con su hermana
María Antonia y con su sobrino, juntándose a la salida con varias madres y
algún padre del colegio de Paquito. Algunas veces, pocas, se les unía Paco.
Después, charlaban un rato en algún bar del barrio. Las dos hermanas tomaban
vermú y, si repetían ronda, producía en ellas gran algarada, descubriendo el
genuino acento que normalmente procuraban disimular. De vuelta a casa, recogían
del asador la comida que previamente habían encargado para no cocinar ese día.
Toñi, como todos le
llamaban, era dos años mayor que Olvido. Poseían dispar personalidad. La
primera, aunque con innegable parecido, era más agraciada físicamente que su
hermana, o quizás sabía sacarle más partido. Había sido muy fantasiosa y no
demasiado aplicada. Siempre había un chico rondándola. A ello contribuía su
zalamería y su gracia. Olvido, por lo contrario, más apocada y poco atendida
por el sexo opuesto, se había cobijado en los estudios y en las labores
domésticas, ayudando a su madre, sobre todo en la cocina, donde se mostraba desenvuelta.
Más constante que inteligente, su propósito era buscar un trabajo que le
permitiera estudiar la carrera de Historia y, después, un hombre con el
que fundar una familia.
Vivieron la
adolescencia con desigual dicha. Toñi, al contrario que Olvido, aún a costa de
repetir algún curso, disfrutaba de la amistad y de los chicos. Algunas veces,
sobre todo cuando insistían sus padres, se llevaba a su hermana pequeña, aunque
ninguna de las dos se encontraba demasiado a gusto. Pero, a pesar de sus
diferencias, la relación entre ellas era buena, profesándose un gran cariño,
especialmente de puertas para adentro.
Con diecisiete años
Toñi abandonó el colegio y consiguió trabajo en un supermercado de la capital,
por lo que se trasladó a casa de una prima de su padre que vivía en el
madrileño barrio de Fuencarral.
Olvido continúo con
su anodina vida. Avanzaba en sus estudios, esperando terminar el bachillerato y
plantearse su existencia fuera del pueblo. La marcha de su hermana la había
entristecido. Ansiaba la llegada del verano o de los pocos días libres que
permitían a Toñi regresar a su hogar.
Pero las visitas de
su hermana se espaciaban cada vez más. Había conocido a Paco, con el que
mantenía un estable noviazgo.
Éste, varios años
mayor que Toñi, era un hombre simpático y ocurrente, que trabajaba como jefe
administrativo en una empresa de servicios. Estaba esperando que le entregaran
las llaves de un piso en uno de los nuevos distritos proyectados en las afueras
de Madrid.
No obstante, ni su
hermana ni Paco faltaron a la fiesta de graduación de Olvido, que había
conseguido nota de sobra para matricularse en cualquier Facultad de Geografía e
Historia. Esto sucedió varios meses después de que la pareja contrajera matrimonio,
una vez en posesión de su nuevo piso.
Aquel verano
transcurrió feliz para todos, especialmente para Olvido. El mes de permiso de
los flamantes esposos lo compartieron con su familia. Quince días en el pueblo,
celebrando las fiestas patronales, y otros tantos en la costa onubense, la más
cercana a su tierra. La buena posición laboral de Paco les permitió alquilar un
bonito apartamento en la playa para los cinco. Olvido no recordaba haber pasado
tanto tiempo disfrutando con y de su hermana. Añadiendo a eso la presencia de
sus padres, que nunca habían vivido unas verdaderas vacaciones, y de la
nueva adquisición de la familia, su cuñado. Todos pudieron comprobar, a la
vuelta de la playa, las buenas dotes culinarias de Olvi. Como compensación, por
las noches compartía estrellas con la pareja en la terraza de un hotel cercano,
donde, por primera vez, se atrevió con algún paso de baile y recibió la pícara
mirada de algún veraneante.
Pasado el mes de
agosto las dudas se instalaron en Olvido. Quería realizar su sueño de
licenciarse, pero no resolvía en dónde hacerlo. El pueblo estaba a mitad de
camino entre Sevilla y Salamanca. En Madrid, con su hermana recién casada, no
creía que fuera lo más apropiado. En casa de su tía, cuyos hijos consideraba estúpidos,
no le apetecía en absoluto.
La tarde del veinte
de septiembre recibió una llamada de Toñi.
—Olvi, Paco ha
presentado parte de la documentación para que te matricules en la Facultad de
Geografía e Historia. Sólo falta que entregues los papeles que restan. Hemos
decidido que te vengas a casa mientras vas a la universidad. El plazo acaba en
una semana. Haz la maleta y coge el autobús. Nosotros te recogemos en la
estación.
Olvido prometió
contestarle al día siguiente. Tenía que pensarlo. Transcurrida esa noche sin
dormir, y animada por sus padres, decidió que marcharía a la capital, a vivir
en casa de su hermana.
Comenzó el curso y la
chica aprendió a duras penas a moverse por Madrid. Tenía que atravesar la
ciudad hasta el lado opuesto. Acostumbrada a la tranquilidad del pueblo, la
capital se le hacía infinita. Aquello contribuyó a un mediocre comienzo de
curso.
Poco a poco se fue
acostumbrando a la rutina de la gran urbe y decidió que tenía que encontrar un
trabajo a tiempo parcial, a fin de colaborar con los gastos de la casa.
Consiguió un contrato para trabajar por las tardes en un supermercado de una
cadena distinta a la de Toñi.
Durante meses se
mantuvieron todos muy atareados. Paco trabajaba desde muy temprano hasta media
tarde, menos los viernes, que comía en casa. Toñi, mañana y tarde durante toda
la semana. Olvido, de lunes a viernes por la mañana en la facultad, por las
tardes en el supermercado. Entre todos se repartían las tareas domésticas,
aprovechando Olvido las mañanas de los sábados para preparar las comidas de la
semana.
Confiaba Olvido en
conocer algún chico que consiguiera darle lo mismo que Paco le ofrecía a su
hermana. En la facultad sobraban hombres, pero nadie, de los que ella
consideraba idóneos, se interesaba por ella. Pensaba que sería por su carácter
pacato o por el poso pueblerino.
Mediaba el tercer
curso cuando Toñi quedó embarazada. Enseguida surgieron complicaciones que la
obligaron a permanecer en reposo absoluto. Olvido, que había acrecentado el
apego a su hermana, se ofreció para cuidarla. Pactó con la empresa la
suspensión temporal de su contrato. A pesar del dificultoso curso, consiguió
aprobar en junio.
Fue la sombra de Toñi
hasta que, en noviembre, nació Paquito, un hermoso sobrino, al que consideraba
casi como hijo suyo, aunque sólo fuera por todo lo que había cuidado de él y de
su madre durante el embarazo.
Los cuatro meses que
siguieron al parto fueron extraordinarios para Olvido, que compartió minuto a
minuto con su hermana y el bebé, convirtiéndose en la culpable de que todo en
el hogar engranara correctamente, a costa de arrinconar el curso.
Se acercaba la
primavera y el desconsuelo planeaba sobre ellos, pensando en la reincorporación
de Toñi y en la vuelta de Olvido a sus obligaciones.
Después de algún
llanto conjunto, convinieron que la tía se quedara en casa cuidando de Paquito.
Renunciando a las vacaciones, consiguió acabar cuarto en septiembre y se hizo
definitivamente jefa de la casa. Abandonó temporalmente la carrera, pensando
que ese curso que le quedaba no tardaría en realizarlo.
Quitando la compra
semanal, que normalmente hacía Paco, y alguna ayuda aislada que recibía de su
hermana, la carga de trabajo en el hogar la llevaba Olvido. Se ocupaba de la
limpieza, del lavado, de la plancha, de Paquito y el colegio y, como no podía
ser de otra manera, de la comida. También procuraba abastecerlos de la infusión
de hierbas idónea según la ocasión, disciplina que cada vez manejaba con mayor
maestría. Su escasa vida social se redujo a poco más que la misa y al aperitivo
de los domingos.
La buena relación
entre tía y sobrino era incuestionable. El niño congeniaba con ella mejor que
con ningún otro miembro de la familia. Por contra, Toñi y Paco empezaban a
mostrar ciertos síntomas de distanciamiento. Olvido no podía entender por qué a
veces discutían por tan poca cosa, sobre todo cuando el niño estaba delante.
Paquito crecía y su
tía estaba cada vez más inmersa en sus labores. Quitando las vacaciones, las
misas, su afición a las hierbas y, por supuesto, su sobrino, su vida
transcurría con poco aliciente. Ya casi había olvidado que le quedaba un
curso para acabar la carrera de Historia. No se atrevía ni a mencionar a su
hermana la posibilidad de marcharse y, por otro lado, no podría alejarse del
niño. El volver al pueblo le producía escalofríos. En cuanto a la oportunidad
de buscar pareja y formar una familia, esa esperanza iba disipándose como la
espuma que queda en el lavabo tras un afeitado.
A pesar de la
servidumbre, que asumía sin oposición, su devoción por Paquito se acrecentaba
día a día. Le llevaba y recogía del colegio, le preparaba la comida con tanto
mimo que, hasta lo que todo niño odiaba, a él le parecía sabroso. Por la tarde,
otra vez ida y vuelta. Le gustaba mucho que su tía Olvido le contara historias
de la colonización de Norteamérica, su tema predilecto. Le hablaba de los
viajes de Hernán Cortes, de Francisco de Ulloa, de los británicos Drake y Cook
y, sobre todo, del franciscano Fray Junípero Serra, sin duda, su personaje
preferido.
Tantas aventuras había referido la tía sobre el fraile mallorquín, que cuando hacían la compra en la barriada de San Diego, cerca de su domicilio, decían que iban de "shopping" a California.
Las responsabilidades
de Paco y Toñi en sus respectivos trabajos habían crecido en los últimos meses.
Él se había convertido en director de área y a ella le hicieron encargada de
supermercado. Eso se tradujo en una plena dedicación a sus nuevas labores. El
menor tiempo que pasaban en casa no sólo propiciaba más distanciamiento entre
la pareja, sino también respecto a la tía y al niño. Parecía más que éstos
fueran madre e hijo.
Hacía casi doce años
que la tía había abandonado el pueblo y ya había superado la treintena. Paquito
iba camino de los diez. En los últimos años no habían parado las noticias en las
que se contaban logros académicos, matrimonios, nacimientos o
éxitos profesionales de los conocidos del pueblo. Cuantas más novedades
llegaban, mayor era la desazón que almacenaba en el estómago; un sentimiento que Olvido nunca hubiera imaginado.
Una sábado que fueron
a comprar unos zapatos al niño, aprovecharon para hacerse unas fotos de carnet.
Le dijo al chico que se las habían pedido en la iglesia, para la catequesis.
En los últimos días,
durante las clases matutinas de su sobrino, Olvido había estado ocupada
arreglando papeles en distintos lugares de Madrid. También estuvo sopesando la
posibilidad de conseguir algún trabajo que le permitiera sobrevivir fuera de
casa.
Una mañana, Olvido se
maquilló bastante más de lo que solía hacerlo. Lo hizo al estilo de Toñi. Al
terminar de arreglarse, reparó en que se parecían mucho más de lo que pensaba.
Comprobó que perfectamente pasaría por ella. Es más, dedujo que podría resultar
hasta más guapa. Recogió al niño un poco antes de lo habitual y, cumpliendo con
la cita prevista, se presentó en comisaría, en la sección de pasaportes, con
las fotografías, con toda la documentación necesaria y con el DNI de su
hermana, que con sigilo le había sustraído la noche anterior.
—Paquito, ¿te
gustaría, igual que a mí, conocer la auténtica California?
—¿Donde estuvo Fray
Junípero enseñando a los indios? —preguntó el niño.
—Sí. San Diego, San
Francisco, Los Ángeles…
—Claro, tía, me gustaría
mucho.
Marcharon los dos a
casa con una sonrisa dibujada en el rostro.
Pasados unos días,
con mucho tacto para que nadie se percatara de su propósito, Olvido fue
preparando la ropa necesaria, casi la justa, para ultimar el equipaje el mismo
día del viaje. Dispuso dinero en efectivo y comprobó el saldo que tenía en la
nueva cuenta unipersonal que contrató, donde había ingresado todo lo ahorrado en los
últimos años, con lo que, de una forma parecida a una asignación adolescente,
le había ido entregando puntualmente su hermana. Lo había reintegrado, con toda
la cautela, de la cuenta que compartía con Toñi.
Un miércoles del mes de abril, Paquito, con su mochila, y su tía, con una bolsa de viaje,
en vez de dirigirse al colegio, tomaron un taxi hacia la estación de
Atocha, prefiriendo no dejar huella en el aeropuerto de Barajas. A las 9:30 les
esperaba un tren de alta velocidad con destino Barcelona. A las 14:05 salía un
avión para Londres. Y a las 19:30 cogieron un vuelo con dirección a Los
Ángeles, California.
“Querida hermana:
Nunca pensé que reuniría la suficiente valentía
para tomar esta determinación, que a Paco y a ti os parecerá una locura.
Lo he pensado durante largo tiempo y he decidido que era lo mejor. Con vuestras
responsabilidades laborales estáis de sobra ocupados. Quizás en vuestros
trabajos también estéis satisfechos afectivamente.
Créeme que si no estuviera segura de que conmigo
Paquito iba a tener cubiertas todas sus necesidades, no nos hubiéramos movido
de casa. Él es lo que más quiero y creo que para él yo he pasado a ser la
persona más importante. Llevamos años compartiéndolo todo. Hace tiempo que tuve
que renunciar a encontrar un marido y a tener mis propios hijos, pero el niño
llena con creces ese vacío.
Explícales todo a nuestros padres, a los que
quiero muchísimo, y da recuerdos a nuestros amigos. Echaré de menos la misa de
doce y nuestros vermús de después.
Supongo que llamaréis en seguida a la policía. Tarde o temprano nos localizarán. Si no fuera así, me
pondría en contacto vosotros más adelante. No temáis por nosotros. Ya tengo
apalabrado un trabajo que nos permitirá vivir dignamente y un colegio para Paquito. Además podré terminar
mis estudios.
Un beso muy grande de quien os quiere mucho.
Olvi.
P.D. En el frigorífico he dejado una jarra con una
infusión de tila, pasiflora y amapola de California. Seguro que os vendrá
bien.”
Hola, Cuentón: A mí me tienes ganado. ¡Vamos!, un incondicional; pero tengo un interés morboso en saber las calificaciones que te da la profe.
ResponderEliminarDe este melón que has abierto, solo nos das una tajada. No sé, pero creo que tendrás que repartir el resto.
Saludos cordiales.
El resto lo tengo pendiente, pero no creas que las ideas fluyen como el Guadiana bajo el puente romano de Mérida. En este taller que acaba de empezar debería meterme con algo más que un cuento, pero no encuentro por dónde hincarle el diente al tema.
EliminarEn cuanto a las calificaciones, la señorita Esther es, en el fondo, muy buena y todos aprobamos. Sin más.