viernes, 14 de septiembre de 2012

4. Silvia y su amiga Linda

Leer el cuento


Una de las recompensas obtenidas con la escritura narrativa, aún haciéndolo fatal, sin sentido, con mil faltas de ortografía y  pasando de concordancia sintáctica, es la facultad de crear. Puedes concebir personajes a los que les regalas la vida, aunque algunas veces, si pudieran, dirían que te la metieras por ahí mismo.
Silvia fue el primer personaje al que cogí verdadero cariño, llegándola a sentir como algo mío. Y eso que durante un tiempo me fue infiel y se marchó a la pluma de mi amigo José Antonio (supo elegir bien), que la hizo mayor y le regaló un perro llamado Falopio, como era su deseo. Estoy seguro de que superará esos pequeños obstáculos de la infancia y tendrá un futuro muy feliz.
En honor a Silvia, he pegado un video de Andrea Motis, una joven cantante catalana que, además, toca varios instrumentos. A mí me gusta.



        Tengo que aprenderme para mañana el tema de la reproducción, que hay examen, pero llevo toda la tarde con el libro delante y sólo me he aprendido que las mujeres tenemos unas trompas, de Falopio. ¿Quién sería ése? Es lo único divertido del tema. ¿Te acuerdas el otro día en clase de Música, cómo tocaba David la flauta? ¡Qué mal! y se le hinchaba la cara como un globo. ¡Anda!, qué lo de esta mañana, el médico nuevo, todo el rato haciéndome preguntas: ¿prestas atención en clase?, ¿qué tal con tus padres?, Silvia ¿quién es tu mejor amiga? Pues tú, Linda, le dije, ¿cómo es?, pues no sé, como yo quiera; ¡Qué pesado!; y encima me dice que tengo que tomar una medicina todas las mañanas.
        Con el desayuno me he tomado la pastilla que me mandó ayer el médico nuevo; dice mi madre que es un psicólogo, que ayuda a las personas a sentirse bien, que no es un médico; pero con esa bata blanca y esas gafitas tiene pinta de médico, que los psicólogos van con traje y son muy guapos, que los he visto en la tele. Pues yo ahora no me siento nada bien, Linda. Me duele la tripa y me sabe muy mal la boca. El examen de “cono” me ha salido regular. Sólo me acordaba de algunas cosas que repasé ayer con mi madre, mientras cenaba. No pude ver la tele, así que hoy no podemos hablar de nuestro programa favorito. No me han preguntado nada del Falopio ése. Si algún día mis padres me compran un perro lo llamaré Falopio. ¿A que molaría?
        Ya verás, Linda. Voy a meter una canasta que se va a acordar el enano de Guillermo, que me tiene harta, que está todo el rato llamándome jirafa inútil y dice que no soy capaz de meter ni una canasta. O mejor, me dejo caer encima de él cuando coja la pelota y le aplasto, para que llore un poco, como siempre que se meten con él, que es un “mimao”.
        Parece que me duele menos la tripa, aunque me encuentro un poco rara, ya no me río contigo como me reía antes. No te enfades Linda, sigues siendo mi mejor amiga, pero tengo que prestar más atención en clase, que si no, voy a tener que repetir, y mis padres se van a enfadar mucho, sobre todo mi madre, y mi padre se va a poner muy triste. Yo sí me encuentro un poco triste.
        El profesor de Matemáticas me ha dicho que he hecho muy bien las fracciones; pero yo no me he puesto contenta y me ha dicho qué si me daba igual, y, como siempre, han empezado todos a decirme cosas, entonces yo le he dicho idiota a Marta y el profe me ha advertido que la próxima vez me castiga; creo que me tiene manía; todos se meten conmigo y nunca digo nada, y para una vez que digo algo me quiere castigar. Bueno Linda, no tengo más ganas de hablar. Voy a hacer los ejercicios de lengua. Mi padre me dice que acabe la merienda, que llevo una hora con ella, pero no tengo hambre, llevo unos días que como menos, y con lo flaca que estoy.
        Linda, tengo poco que contarte. Bueno, sí, que me aburro mucho. Pero no creas que sólo contigo, con todos. Mis padres dicen que estoy muy seria y que no hago nada más que dar malas contestaciones; ¿que qué me pasa?; y luego cuchichean algo de las pastillas. Yo también creo que las pastillas me van mal, pongo algo más de interés en clase, pero tampoco me sirven para mucho. Prefiero ser como era antes, cuando jugaba contigo. Pero es mejor que ya no juguemos, ya no me lo paso bien.
        Hoy he ido al psicólogo y me ha dicho que ya no tengo que tomar pastillas, pero que tengo que prestar mucha atención en clase. Mamá y papá parecían contentos. Yo también, porque desde que empecé a tomarlas soy como otra niña. Lo malo es que ya no tengo a nadie a quien contárselo. Si por lo menos tuviese a Linda, pero como le dije que era mejor que no nos viéramos más. Como me gustaría volver a ser su amiga. 



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6 comentarios:

  1. Amigo Cuentón --querido amigo Vicente--, traté a Silvia lo mejor que pude y ella me dejó. Fue una adultera honrada, pues no dejó de hablarme de ti mientras la utilizaba. Si algo te echó en cara, fue, que tú, no le proporcionaste un perro; y yo sí. Pero aún así, en sus momentos más íntimos --dildo en mano y todo--, se acordó de ti.

    Lo has conseguido, este blog consigue sonrisas. Me cambió hasta la cara de mi foto. Je, je.

    Un abrazo.

    José Antonio

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    1. Perdona por la tardanza, amigo Jose Antonio. La confianza da asco. Muchas gracias por el comentario, aunque sea con veintiocho meses de retraso y publicado el cuento final. Un abrazo.

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  2. Me ha encantado el relato y en general el blog. Visitaré este lugar regularmente. Silvia me ha parecido muy tierna.

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    1. Aquí te esperamos Silvia y yo, para cuando te plazca visitarnos.
      Bienvenida a la bahía de Los cuentos tontos.

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  3. Bonito cuento, aunque por ser quisquillosa, los psicólogos no pueden recetar pastillas :)
    No obstante, me alegro de haber descubierto este blog, pasaré más por aquí.

    Saludos de una psicóloga

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    1. Si ya a Silvia -no olvidemos que es la narradora- que aunque no se le daban muy bien los estudios, era muy inteligente, le extrañó que el psicólogo llevara bata blanca. Seguramente que sus padres prefirieron llamarle así en vez de médico especialista con nombre parecido. Un eufemismo más.
      Muchas gracias, psicóloga anónima, por tu acertado comentario. Sabes que cuando quieras puedes pasear por la Bahía de los cuentos tontos. Y me gusta que mis lectores comenten. Lo hacen muy poco.

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